Laguna de Perlas Duermo con la confianza de que el mar está ahí, de que ahí estará mañana, de que no levantará maletas esta noche y se marchará a otros lugares sin avisar.
Basta Clarence Street, esta calle dedicada a un rey de pueblo fiero, de fémures largos extendidos a lo largo de la orilla de la laguna, para que el mar se quede y pase la noche enpiernado.
Bluefields Que no le baste a Bluefields su hora de carnaval.
Que le sude su rondón, su pan de coco, su mayaya la sin ki, su tululu pass unda.
Que le baile su palo de mayo.
Que no se me salga este Bluefields de la sangre, que se quede ahí junto a la bahía desvelado.
Que pueda un día yo descansar en sus húmedas entrañas.
Que pueda yo un día ser llevado por los hijos de mis vecinos sobre las calles de mis pasos livianos, rápidos, pequeños.
II Bluefields es un pueblo de novela donde la ficción y la realidad son una sola cara de la misma moneda.
Es el tambor de Lizandro, su hidrógeno y su oxígeno.
Su nutriente oral es de este suampo.
Bluefields es mayo, mayoyá, la hora del baile en plena calle.
El sábado en el rancho.
Bluefields es venir en carrera de Old Bank y Nueva York a sentarse en las bancas del Parque Reyes.
Bluefields es la brisa de la bahía y los pescadores tirando su atarraya dándole movimiento al paisaje imperturbable.
Bluefields es la lluvia y el calor que se evapora y los zancudos con su coro agudo y escalofriante.
Bluefields es un estado mental.
Corn Island Alí Aláh esta ahí con pluma, papel y ojos acechando.
Pero el mar no empaca su resignada mochila.
No se va.
Sino que va y viene sobre la costa como jugando con el pobre poeta que sigue ahí esperando a que el mar se vaya para que él pueda ir a poner la denuncia.
No me pregunten a quien iba a denunciar el poeta.
Eso nunca me lo dijo.
Ahora yo estoy aquí esperando a que caiga la tarde y a que se vengan los zancudos y los jejenes.
Pero el mar me llama.
El mar es un amante calmo y callado que viene a besarle los pies a la isla.
En el espacio de tu cuarto al mío
tengo una historia que contarte:
te hablaré de mi tierra,
del sol incendiando las hojas del naranjo,
del aire caliente y los buses perdiéndose
en la última hora de la tarde
Managua-Chontales.
Hablaré del primer cumpleaños
y la vela encendida en el rostro de los niños,
la libertad de pescar junto a mi hermano
y llenarme de lodo la orilla del vestido;
tiraba lejos el cordel... Y entonces la espera,
la dulce espera del destino.
Eran nuestros los pájaros, el viento,
la yerba del potrero.
Te he contado de eso y después
las primeras mentiras a la madre.
Luego descubrí mis piernas fuertes,
mis pies pequeños, mi cuerpo ágil
–pensaba en cosas mías–.
Y la vergüenza de ciertas miradas,
mis primeros reproches a la vida.
Ya no eran tan largas las distancias ni el verano.
En abril llegaba el circo,
el mundo de las cartas, la suerte en el sombrero,
y el trapecista moreno, que tocaba la punta de la luna:
el amor de Mayra, de Yamileth o el mío.
Íbamos al catecismo por las tardes
y contábamos a Dios nuestros pecados,
en ese tiempo mi hermana tenía novio
y yo era triste.
Después algunas de mis amigas
empezaron a fugarse por las noches
y fueron madres,
como jugando, como si nada.
Otras pasábamos a secundaria, las pequeñas, las pleitistas,
las recoge-quiebraplata: Sandra, Nubia, Xiomara,
y nos fuimos del pueblo.
Entonces todo quedó allá
en el silencio verde del gran cerro
y perdí el sueño del río.
Luego llegó Ahmed, Alejandro, los otros
y en secreto me hablaron de Sandino.
Pámiatnik
Esa estatua tristeza de metal.
Ese espacio entre manos y cielo
esos pájaros
que le cantan hasta dormirla.
Esos jóvenes que la insultan
con falsos poemas de amor
(colillas de cigarro a medianoche).
Es tan pura cuando cualquier
final de octubre
una luna de oro
alumbra el bronce.
Del buen tiempo
Bailábamos.
La noche temblaba en las hojas del patio
que abuela cuidaba con tan buena intención.
La canción de moda
se pegaba a los cuerpos,
y seguíamos palabra por palabra
la letra de la música.
Creo que todas te amábamos.
Yo tenía dieciséis años
y un vestido ajustado a la irreverencia de tus manos.
Dábame a tus pensamientos
de ingeniero graduado en la UCA,
de muchacho que ha pasado vacaciones
en otros países.
Te amaba a pesar de tu camisa
escandalosamente perfumada,
y de la burla en el fondo de tus ojos.
Si tan sólo me hubieras dicho:
“Bésame y sígueme,
ven, vamos al mar o a matar al vecino”,
hubiera sido tu cómplice en todo.
Pero te fuiste, en un ademán de cine
o de muchacho de Managua.
Recuerdo las cartitas y un corazón al final.
Hoy por culpa de una radio local
La misma canción me trae esas escenas.
Es curioso:
todavía tengo ganas de besarte.
Ahí duerme el amor de mi vida,
sin desnudarse;
tirado en el sofá de su oficina,
con sus ojos verdes cubiertos de estrellas,
las manos lejanas a un libro
de Lion Feuchtwanger.
Más allá tirada una revista que edita Globus.
Son las cuatro de la madrugada en Moscú,
afuera el verano juega con agosto y juntos
besan la aurora citadina.
En las estaciones del metro
los obreros limpian túneles
y escaleras eléctricas.
El tranvía de enfrente lanza una bocanada de neblina
al bello amanecer.
El amor de mi vida
duerme dulcemente arrullado
por la IBM 486 que dejó encendida.
Sábado
Esperando que las horas
pasen inútiles
hasta las seis.
Esperando que la tarde
juegue con la lluvia,
con el sol, con los amantes.
O la fiesta que espera la noche.
Yo esperándote
mientras
en el parque
los pájaros
se desgajan
como mangos.
Ángel marino
Es ámbar tu mirada
cristal, cortado cuarzo
cuando yaces en la arena
de algas arropado.
Arrojado del paraíso.
Endeble llanto y risas
anidan en tu cuerpo,
besado por la espuma,
agujereado de caracolas,
inerte
y vuelto al vacío.
Yo quisiera regalarle un obsceno caracol prohibido un pez lucio que salte en la noche las bocas de todas las corzas vírgenes los pies que oprimen uvas el vino de las uvas un barco la niña que fui mañana las sales de la quilla un puerto un faro el mar y un televisor también el agua para el barquillo de papel un avión un libro desnudo la parte de abajo de la lengua un lugar el ay para el deleite lo anelado en el sueño de la noche la voz del animal las luces de Las Nubes vistas desde Ticomo un rito regalaríale una caja de hacer fotos un trozo de miel al paladar no diría qué más hacer en el huequito hay una cerca y después flores por las mañanas no sé caminar y le daría la luz que entra por la ventana y le despierta el hambre sé que es fácil sin hablar una mujer no esperará el lunes y entrégale hoy un fax que llegará a tiempo en la mañana a la ciudad para husmear sus rodillas como un perro a restregarse como un gato con la pelucilla que asciende tampoco sé qué haría el mastilito adobado el paquetito alado le pediría y regalaríale las gotitas lo lucito para el deleite ensalivado arriba abajo cuando se engalgan apuran la crecida de agua el muslo los santos óleos y el animal cegádose ha y le quitaría el yo no sé qué haría.
Cuerpos probables
Los objetos tienen una vida compleja
Néstor García Canclini
Esta es la fiesta. Los objetos en su sitio polvosos. Cada uno donde debe estar. Sin nada vivo alrededor. Vistos desde la penumbra sin ruidos. Sin el deseo que puede ahogarme. Todos ahí sin saberse ver solos. Como los dedos de una mano, sin poder acariciar lo que quieren. Comidos hacia adentro. Como hace la boca con sus besos sin besar. En ese lugar están, porque no saben irse, ni esperar. Quietos para todo el tiempo o un momento en soledad. Dentro de la gaveta. O en el comedor la salsa y la bolsa que guardó pan. Y sobre el refrigerador el dulce sabroso de anoche.
Mi cuerpo
Es una orilla mi cuerpo. La orilla de un río ensimismado. Un río que bordea sin rebasar. Una orilla en vilo. Como un pozo de aguas absortas, embebidas en sí. Un juego de subterráneas hecatombes. Pedrerías contenidas al filo de una precipitación.
Mi cuerpo es la orilla de un abismo. La eternidad de un instante arenoso. La duda de una precaria afirmación. Un significado con referencia oblicua.
Una letra, es mi cuerpo, la memoria de páginas reescritas, releídas. La voz de un precario olvido.
Mi cuerpo es el poema que no he escrito. El gran poema de la tarde. Un poema de significaciones acuosas, de líneas y rayas desmoronándose.
Es mi cuerpo el aliento de venideras estanterías, la infinitud de posibles anaqueles, y la persistencia de ubicuas bibliotecas. La escritura de Dios.
Es mi cuerpo la ávida memoria de otro cuerpo. La certeza del deseo, la habitación de los roces, la gravitación del delirio. Con mi cuerpo llego a otro cuerpo, a través de abismales inconstancias, en un juego de mínimas avenencias y de impredecibles entregas. Llego a otro cuerpo con la persistencia ritual de la muerte y la tenaz amenaza de la vida.
Llego a otro cuerpo para conocer a Dios, para tener memoria de la obscuridad, y constancia de la luz.
Y mi cuerpo es sustancia de aquél. Aquél en el que mi cuerpo navega, bucea, ara, siembra su no destino, su inteligible palabra.
Es un mar mi cuerpo, una pequeña flor de sal, un molusco, lechoso, viscoso, jugoso. Es un río.
La poesía, es decir la palabra, marca el paso infalible, misterioso, inusitado y cambiante del tiempo, y una generación es su huella, es su renovable presente.