martes, 1 de junio de 2010

Poemas de Gustavo Adolfo Páez

Pájaros de mi voz

A: Vida Luz Meneses

Ya no hablaré de sueños

temo que salgan pájaros de mi voz

pensaré

ahora y en la hora

que gorriones y chichiltotes

alegran mi espíritu

Mientras los ojos descansan

vuelo

alegre-vuelo

existo en el azul

y veo

que ya es mañana por la mañana.

Hay Ayeres

A: Vanessa, Alfredo, Mercedes y Jaqueline

Hay casas con olor a humo

calles

parques

quioscos

niños

padres

pájaros en el río

Hay mucha soledad en la calma

sueños

fríos

y pasados que no olvido.

Yo ya no soy yo

I

No pienso en lo que fue

no hace falta que mi recuerdo

toque tu recuerdo

qué poco tiempo ha pasado

y ahora quiero saber más

con tu imagen que me persigue

escribo algo y te nombro

pienso

y a manera de dibujo

juego al lápiz con el papel.

II

Ya soy de noche

de calle y silencio

soy mar

soy arena

Ya vuelo

soy ave

desde que te conocí

risueña y poeta

yo ya no soy yo.

III

Te veo

Y casi ausente

espero que baje

una imagen a mis labios

Pero estás ahí

Yo en otro sitio

te nombro

y estamos.

IV

Exclamas un deseo de dichosa

mientras duermen solitarias

esas calles del centro

Me parece una mujer de cielo con zapatos

con un poema

en la mano izquierda de la tarde

V

De pronto

uno se pone fructífero y canta

Más fuerte

y de nuevo

Canta y es terreno fértil

y es árbol

y es ave

y es sueño y es sol.

A la vuelta de octubre

A: Don Alfredo Páez La Fucha

Una lluvia de mariposas oscuras

lentamente caía

en mis sueños últimos de octubre

Era bajo la sombra de un inmenso árbol

y en el nombre del padre

estábamos todos lejanos y silenciosos

Viendo cómo la vida

transcurría débil en su agonía

Viendo cómo la muerte

desgarró al final su viejo corazón

Una lluvia sutil de mariposas

a la vuelta de octubre

volaba felizmente de mi sueño al cielo.

Poemas de Carlos Castro Jo

Laguna de Perlas
Duermo con la confianza
de que el mar está ahí,
de que ahí estará mañana,
de que no levantará maletas esta noche
y se marchará a otros lugares
sin avisar.

Basta Clarence Street,
esta calle dedicada a un rey de pueblo fiero,
de fémures largos
extendidos a lo largo de la orilla
de la laguna,
para que el mar se quede
y pase la noche
enpiernado.


Bluefields
Que no le baste a Bluefields
su hora de carnaval.

Que le sude su rondón,
su pan de coco,
su mayaya la sin ki,
su tululu pass unda.

Que le baile su palo de mayo.

Que no se me salga este Bluefields de la sangre,
que se quede ahí
junto a la bahía
desvelado.

Que pueda un día
yo descansar
en sus húmedas entrañas.

Que pueda yo
un día
ser llevado
por los hijos de mis vecinos
sobre las calles
de mis pasos
livianos,
rápidos, pequeños.


II
Bluefields es un pueblo de novela
donde la ficción y la realidad
son una sola cara de la misma moneda.

Es el tambor de Lizandro,
su hidrógeno y su oxígeno.

Su nutriente oral es de este suampo.


Bluefields es mayo, mayoyá,
la hora del baile en plena calle.

El sábado en el rancho.

Bluefields
es venir en carrera de Old Bank y Nueva York
a sentarse en las bancas del Parque Reyes.

Bluefields es la brisa de la bahía
y los pescadores tirando su atarraya
dándole movimiento al paisaje imperturbable.

Bluefields es la lluvia
y el calor que se evapora
y los zancudos con su coro
agudo y escalofriante.

Bluefields
es un estado mental.

Corn Island
Alí Aláh esta ahí
con pluma, papel y ojos
acechando.

Pero el mar no empaca
su resignada mochila.

No se va.

Sino que va y viene
sobre la costa
como jugando
con el pobre poeta
que sigue ahí
esperando
a que el mar se vaya
para que él pueda
ir a poner la denuncia.

No me pregunten a quien
iba a denunciar el poeta.

Eso nunca me lo dijo.

Ahora yo estoy aquí
esperando a que caiga la tarde
y a que se vengan los zancudos y los jejenes.

Pero el mar me llama.

El mar es un amante calmo y callado
que viene a besarle los pies a la isla.

Calentamiento global

Voy caminando a la orilla de la bahía

viendo las botellas

y los pedazos de naranja podrida

que flotan en el agua.

La bahía trae al mar

a jugar con la ciudad.

Estoy caminando sobre tierra

que un día será mar,

donde la vida ubicua de la bacteria acuática

colonizará a la terrestre.

Poemas de Alba Azucena Torres


Días

En el espacio de tu cuarto al mío
tengo una historia que contarte:
te hablaré de mi tierra,
del sol incendiando las hojas del naranjo,
del aire caliente y los buses perdiéndose
en la última hora de la tarde
Managua-Chontales.
Hablaré del primer cumpleaños
y la vela encendida en el rostro de los niños,
la libertad de pescar junto a mi hermano
y llenarme de lodo la orilla del vestido;
tiraba lejos el cordel... Y entonces la espera,
la dulce espera del destino.
Eran nuestros los pájaros, el viento,
la yerba del potrero.
Te he contado de eso y después
las primeras mentiras a la madre.
Luego descubrí mis piernas fuertes,
mis pies pequeños, mi cuerpo ágil
–pensaba en cosas mías–.
Y la vergüenza de ciertas miradas,
mis primeros reproches a la vida.
Ya no eran tan largas las distancias ni el verano.
En abril llegaba el circo,
el mundo de las cartas, la suerte en el sombrero,
y el trapecista moreno, que tocaba la punta de la luna:
el amor de Mayra, de Yamileth o el mío.
Íbamos al catecismo por las tardes
y contábamos a Dios nuestros pecados,
en ese tiempo mi hermana tenía novio
y yo era triste.
Después algunas de mis amigas
empezaron a fugarse por las noches
y fueron madres,
como jugando, como si nada.
Otras pasábamos a secundaria, las pequeñas, las pleitistas,
las recoge-quiebraplata: Sandra, Nubia, Xiomara,
y nos fuimos del pueblo.
Entonces todo quedó allá
en el silencio verde del gran cerro
y perdí el sueño del río.
Luego llegó Ahmed, Alejandro, los otros
y en secreto me hablaron de Sandino.

Pámiatnik

Esa estatua tristeza de metal.
Ese espacio entre manos y cielo
esos pájaros
que le cantan hasta dormirla.
Esos jóvenes que la insultan
con falsos poemas de amor
(colillas de cigarro a medianoche).
Es tan pura cuando cualquier
final de octubre
una luna de oro
alumbra el bronce.

Del buen tiempo

Bailábamos.
La noche temblaba en las hojas del patio
que abuela cuidaba con tan buena intención.
La canción de moda
se pegaba a los cuerpos,
y seguíamos palabra por palabra
la letra de la música.
Creo que todas te amábamos.
Yo tenía dieciséis años
y un vestido ajustado a la irreverencia de tus manos.
Dábame a tus pensamientos
de ingeniero graduado en la UCA,
de muchacho que ha pasado vacaciones
en otros países.
Te amaba a pesar de tu camisa
escandalosamente perfumada,
y de la burla en el fondo de tus ojos.
Si tan sólo me hubieras dicho:
“Bésame y sígueme,
ven, vamos al mar o a matar al vecino”,
hubiera sido tu cómplice en todo.
Pero te fuiste, en un ademán de cine
o de muchacho de Managua.
Recuerdo las cartitas y un corazón al final.
Hoy por culpa de una radio local
La misma canción me trae esas escenas.
Es curioso:
todavía tengo ganas de besarte.
Ahí duerme el amor de mi vida,
sin desnudarse;
tirado en el sofá de su oficina,
con sus ojos verdes cubiertos de estrellas,
las manos lejanas a un libro
de Lion Feuchtwanger.
Más allá tirada una revista que edita Globus.
Son las cuatro de la madrugada en Moscú,
afuera el verano juega con agosto y juntos
besan la aurora citadina.
En las estaciones del metro
los obreros limpian túneles
y escaleras eléctricas.
El tranvía de enfrente lanza una bocanada de neblina
al bello amanecer.
El amor de mi vida
duerme dulcemente arrullado
por la IBM 486 que dejó encendida.


Sábado

Esperando que las horas
pasen inútiles
hasta las seis.
Esperando que la tarde
juegue con la lluvia,
con el sol, con los amantes.
O la fiesta que espera la noche.
Yo esperándote
mientras
en el parque
los pájaros
se desgajan
como mangos.


Ángel marino

Es ámbar tu mirada
cristal, cortado cuarzo
cuando yaces en la arena
de algas arropado.

Arrojado del paraíso.

Endeble llanto y risas
anidan en tu cuerpo,
besado por la espuma,
agujereado de caracolas,
inerte
y vuelto al vacío.

Poemas de Carola Brantome


El caracol obsceno

Yo quisiera regalarle un obsceno caracol prohibido
un pez lucio que salte en la noche
las bocas de todas las corzas vírgenes
los pies que oprimen uvas
el vino de las uvas
un barco la niña que fui mañana
las sales de la quilla un puerto un faro el mar
y un televisor
también el agua para el barquillo de papel
un avión un libro desnudo
la parte de abajo de la lengua
un lugar el ay para el deleite
lo anelado en el sueño de la noche
la voz del animal
las luces de Las Nubes vistas desde Ticomo
un rito regalaríale una caja de hacer fotos
un trozo de miel al paladar
no diría qué más hacer
en el huequito hay una cerca y después flores
por las mañanas no sé caminar
y le daría la luz que entra por la ventana
y le despierta el hambre
sé que es fácil sin hablar una mujer no esperará
el lunes y entrégale hoy un fax que llegará
a tiempo en la mañana a la ciudad
para husmear sus rodillas como un perro
a restregarse como un gato
con la pelucilla que asciende
tampoco sé qué haría
el mastilito adobado
el paquetito alado
le pediría y regalaríale las gotitas
lo lucito para el deleite ensalivado
arriba abajo
cuando se engalgan apuran la crecida de agua
el muslo
los santos óleos
y el animal cegádose ha
y le quitaría el yo no sé qué haría.

Cuerpos probables

Los objetos tienen una vida compleja

Néstor García Canclini


Esta es la fiesta.
Los objetos en su sitio polvosos.
Cada uno donde debe estar.
Sin nada vivo alrededor.
Vistos desde la penumbra sin ruidos.
Sin el deseo que puede ahogarme.
Todos ahí sin saberse ver solos.
Como los dedos de una mano, sin poder acariciar lo que quieren.
Comidos hacia adentro.
Como hace la boca con sus besos sin besar.
En ese lugar están, porque no saben irse, ni esperar.
Quietos para todo el tiempo o un momento en soledad.
Dentro de la gaveta.
O en el comedor la salsa y la bolsa que guardó pan.
Y sobre el refrigerador el dulce sabroso de anoche.

Mi cuerpo

Es una orilla mi cuerpo.
La orilla de un río ensimismado.
Un río que bordea sin rebasar.
Una orilla en vilo.
Como un pozo de aguas absortas,
embebidas en sí.
Un juego de subterráneas hecatombes.
Pedrerías contenidas
al filo de una precipitación.

Mi cuerpo es la orilla de un abismo.
La eternidad de un instante arenoso.
La duda de una precaria afirmación.
Un significado con referencia oblicua.

Una letra, es mi cuerpo,
la memoria de páginas
reescritas, releídas.
La voz de un precario olvido.

Mi cuerpo es el poema que no he escrito.
El gran poema de la tarde.
Un poema de significaciones acuosas,
de líneas y rayas desmoronándose.

Es mi cuerpo el aliento de venideras
estanterías,
la infinitud de posibles anaqueles,
y la persistencia de ubicuas bibliotecas.
La escritura de Dios.

Es mi cuerpo la ávida memoria de otro cuerpo.
La certeza del deseo,
la habitación de los roces,
la gravitación del delirio.
Con mi cuerpo llego a otro cuerpo,
a través de abismales inconstancias,
en un juego de mínimas avenencias
y de impredecibles entregas.
Llego a otro cuerpo
con la persistencia ritual de la muerte
y la tenaz amenaza de la vida.

Llego a otro cuerpo para conocer a Dios,
para tener memoria de la obscuridad,
y constancia de la luz.

Y mi cuerpo es sustancia de aquél.
Aquél en el que mi cuerpo navega,
bucea,
ara,
siembra su no destino,
su inteligible palabra.

Es un mar mi cuerpo,
una pequeña flor de sal,
un molusco,
lechoso, viscoso, jugoso.
Es un río.

MIENTRAS LA LARGA SOMBRA EN LA DISTANCIA ALUMBRA

...nuestra voz yerra como un olvido

Alfonso Cortez

Acaso en días desprevenidos

“nuestra voz yerra como un olvido”

y dice pérdida donde no la hay.

Acaso a tientas la larga sombra

en la distancia a las sombras ilumina

para que el odio no rodee su nombre.

Cocoteros insulares eligen

el manchón de playa que no espera tempestad

a sabiendas que pleamar rebalsa siempre.

Acaso en la umbredad el obscuro acecha al ojo

por desconocidas páginas

adentrándose como larva sobre hojas el ruido

de la noche que el negro lomo de mi gato escucha

recostada en periódicos a mi lado

cuando quémanse manos con poemas ajenos

que en el pórtico abandonan su nombre

porque

alguien entrará esta noche

alguien hablará en sueños

alguien

mientras la larga sombra en la distancia alumbra.