sábado, 10 de abril de 2010

Poemas de Alvaro Rivas

I. PALABRA DETENIDA

I

Se apagan ya los fuegos

con que estalló la tarde en el crepúsculo

y se alza en puntillas la luna, sobre el horizonte,

estrenando su filo creciente de hoz. En tanto,

telarañas de nubes con rumbo al ocaso

encontilan sus pasos entre las cenizas

del atardecer (es la noche que cae

embadurnando, como gesto de un dios

arrepentido, la infinidad de trazo y coloreo).

Qué tal si no existiera esta penumbra

que aparenta tenuemente defendernos;

este lienzo bordado por lejanos luceros,

contra el cual se dibuja apenas sombra y silueta,

breve y apresurado esbozo de árbol, montaña

o septiembre. Qué sin este invierno en ardoroso

parpadeo de luciérnagas llameándose

ni esta luz –de pocos pasos – que desde mis ojos

alumbra mortecina contra la noche.

Qué sin esta conciencia del día, envueltos

solamente en la oscura preñez sepulcral...

Hasta entonces sabremos con certeza

cuánto errábamos, a ciegas y a tientas, el camino

hacia la estrella y si era cierta la sospecha

de que solos fingíamos distancia

sin advertir siquiera su señal:

la pista que tanto nos palpitó el corazón:

este túnel que el aire cincela, este poso

acumulado del día –contra el que tercos

braceamos hacia la superficie –, esta entrada

subterránea de carne y de sangre donde al fin

nos sumergimos.

II

Porque era necesario que todo

se ennegreciera para que se encendiesen

nuestras profundidades, para adivinar

el color que ocultaba el falso resplandor.

Era preciso que nuestro contorno cerrase

todas las ventanillas a la trampa de luz,

al ruido enceguecedor, al imantado olor

de los cerezos: todas las escotillas por donde

se cuela el mundo que apaga esta llama y espanta

de nuestros pechos la palabra desparramándola,

desgastando esta lumbre que por las noches,

en el insospechado ensayo, se enciende.

III

Pero ahora a salvo para siempre.

Vencidos ya la radio y los manjares,

el dolor y el amor ¡y toda la vida!

Disminuido a cero el volumen del rumor

que nos desviaba de este silencio

y agotado el poder de la divina Circe,

de metamorfosearnos (desfallecida

la Diosa en brazos del nauta,

ya sin magia suficiente

para hacernos volver –ni con conjuros,

pues no existen más Lázaros, ni con llantos,

porque acabaron los padres).

Tomada la mudez que nos interna cada día

en la disolución de la frontera contra la cual

crecían nuestras uñas –frontera

delineada por mi nariz, sostenida por mis talones,

apenas traspasada por la mirada: vencedora

invicta y terrenal de nuestro crecimiento –

y cruzado por fin el umbral de donde

tantas veces –y en sueños – se nos regresó,

comienzo a descubrir que era yo mismo

quien se escuchaba, quien amó mi figura,

que era yo el ave de oblicuo vuelo de aquella tarde

deliciosa. ¡La tarde misma era yo!

Empiezo a distinguir la palabra que abre

y cierra tantas puertas, el cigarrillo

derramando su torpe silencio

sobre el cenicero, el camino del cual tanto

escuchamos y vimos escépticos su portal.

Y también el día que creí feliz. Cuando una frase

se desgajó

de pronto

en cataratas

y estalló la palabra en resplandores.

Fue la vez que entré encandilado

–por un camino que creí de dioses – a la estancia

de infinitos espejos, el momento cuando quise

navegar desatado al musical encuentro

con las sirenas (más era todo escollo

de muchedumbres y me hundí.

Caí en el laberinto del minotauro,

perdido el hilo para escapar y donde el verbo

nos desvanece su original sencillo significado).

No obstante alcanzo ya la puerta

definitiva a mi destino. Pero antes de entrar

vuelvo mis ojos en despedida. Atrás se ven

racimos diminutos de estrellas en espirales,

y en mi memoria se encienden

los juegos pirotécnicos de mi fiesta patronal

–los buscapiés que sueltan los toros “encuetados”

buscando embestir desde los tobillos

y mordiendo el polvo en las calles, antes

de subirse corneando –los más fieros –

a las aceras altas, rumbo a la feria

que da vueltas en la pequeña

plaza entre muros de mi niñez.

Se vuelve imperceptible ahora

el punto donde se encuentran el pasado

y el futuro –la pólvora en espera

y la que se quema. Esta vez voy más allá.

O mejor, más acá del sitio en donde

se inflama esta llama en ávido avance

quemando retorcidas hileras. Hasta estallar

en este sospechado amanecer donde el espíritu,

encendido también por las Parcas,

vuelve a arder.

GUACA

Recibí cruda la palabra

y la cargué por mis caminos.

Verde la recibí, y hasta su madurez

la escondo para ti en mis sombras,

a la espera del día cuando la llevarás a la orilla

de todo cuanto te rodea –incluido el ángel

que baja al verte y se planta

en mis talones. Que cuando él se asome

–así sea por mi retina –, yo ya te la haya dado

y la encuentre brillando entre tu cara,

alrededor de tus ojos,

en el medio de tu sonrisa.

GUARDANDO LA PALABRA

A Noel y Octaviano: ¡Bravos!

Amable soledad, muda alegría

Antonio Hurtado de Mendoza

Si ardiendo solitaria la llama en tu pecho

te consumes temblando al pie de tu latido,

escondido entre tus pestañas, entonces vale más

acompañarse contra los aparecidos

y llamar de inmediato a los girasoles. Es mejor

sonar el cuerno de luna, abrir la puerta

al tenue camino entre casas encendido

y dejar entrar desnudos los bellos pies

hasta los rincones.

Mas si el fuego te hornea pan,

potrosa soledad, íntima luz… ¡Abre foso!

Levanta pétreo tu castillo y guárdate

de extender, a primera tentación,

tu puente levadizo.

ABRETE SESAMO

Nos rozaba el destino en el cruce

de las esquinas y en los silencios juntos.

Nos abría las puertas en busca del

encontronazo para hacernos entrar

en su voz y cumplir al fin la promesa

del gesto: este silencio secuaz,

entre suspiros –nuestra ofrenda del aire –

y el olvido del nombre. Sí, porque ya

aquí pocas palabras alcanzan y ningún

conjuro puede más contra la piedra

que el Sésamo de la caricia

y sus cuarenta ladrones.

ORACION PARA SONREIR

Que la sonrisa me crezca hasta las comisuras,

y desde allí se suelte a carcajadas y se vaya lejos.

No importa que sacuda a todos el pecho

ni que pase la noche persiguiendo a las estrellas.

No importa. Todo con tal que regrese;

que con el frío de la madrugada el último astro

se le desvanezca, el sueño

profundo la venza y venga otra vez

a tocar en mis labios con la yema dulce

de su índice. Que entre, Señor, de puntillas

en mi boca, que se duerma en mi lengua.

ODA HEROICA

Contra la zarabanda de espíritus

que inmundos se divierten entre nosotros

¡cierro mi puerta y alzo espartano mi espera!

Contra tromba y marea la enrisco

hasta su sazón: cuando

el último demonio enmudece

desfallecido frente a mi secreto,

y el viento y la mareta –ya sosegados –

pronostican en el horizonte el esquife

que nos lleva suave al arca de oro.

ESPERA BORGIANA

Después de abrir a todos la puerta

a sus caminos, el poeta se sentó en silencio

a esperar el regreso de aquellos fatigados de andar

por sus senderos y del último en tardarse lo más

que pudo en volver, en dar la vuelta lenta en la esquina

azul del vecindario y detenerse con exactitud

en la entrada donde se encuentra aún pintado, a lo largo

y ancho de la pared, su rostro reconocible

que no sonríe, pero sí guarda en cambio

carcajadas detrás de la tranquila

seriedad con que siempre nos recibe.

EL DESPERTAR

“Contemplad, madres, el libre vuelo de vuestro ser”

CMR, La insurrección solitaria

Si todo lo enseña un día con su noche completa,

es posible encontrar, entonces, en la vuelta del cero,

la ruta circular y el camino al punto inexistente – casi –

de las veinticuatro horas. Es probable además

que el rumor persistente de las olas, al escribir su signo

solitario en la arena, lleve consigo a la orilla el mismo

mensaje lejano y primitivo, y que la letra de un tango

o de un clásico del bolero adivinen también,

en su momento, cuándo palpita un corazón

apasionado y cómo hemos de hablar claro un día.

Aunque en verdad no basta el texto o la palabra

sapiencial. Ni siquiera es suficiente el conjuro

que sale en un susurro. Porque una frase

genial cualquiera la dice y hasta sin darse uno cuenta

se dice. Pero, oírla genial (como se califica en poesía

la cosa), eso sí es muy difícil –así parezca sencillo

y únicamente se trate, como dice Fulcanelli,

de reflexionar y poder seguir siendo simples

en el razonamiento.

Así es como aprende a cantar el rapsoda

la historia lejana, al menos a partir

de un sueño de expulsión y el despertar de pesadilla

en la caída al sitio donde esperan ahora cercanas

unas voces afuera, alrededor de unos quejidos, en el espanto

de ser dado a la Luz, sin mácula alguna de protección

y sin fosas nasales capaces de tragar de golpe

y a borbollones el soplo de un mundo nuevo.

La agonía en la entrada dura la misma eternidad

que el manoteo inútil y el alarido sin freno

por el regreso. Y sólo cuando

las lágrimas recién nacidas humeden

el sombreado pezón henchido es que puede al fin

el crío descansar de su primera

gran sed de sacrificio y cabecear exhausto

–ya en el regazo – su sueño confiado.

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