viernes, 2 de abril de 2010

Poemas de Carlos Calero


Poemas de Carlos Calero

Nos gusta idolatrarnos

I
“No sabemos decir cómo ni cuándo”, según el escozor de Saramago. Entonces esgrimimos teoremas, esgrimimos argucias estratégicas, ego crispado para las batallas interiores; procuramos el milímetro extra para congraciarnos con quien administra tu salario. Nos confunde el laberinto del cómo y el cuándo. Entonces nos quejamos, sentimos que la paradoja de la mandíbula mastica vía contraria, o que la felonía celestial hasta conspira para olvidarnos.
II
Entonces, tiene sentido el cómo y cuándo, pero no lo aceptamos. Respiramos paralizados por existencialismos y asumimos la fe; buscamos epitafios del hueso astillado. Nos involucramos con proyectos personales, pero no salimos a la calle para conversarlos; nos gusta el aposento, la buhardilla, el sótano, la misoginia; nos gusta idolatrarnos y, aún así, poetas nos llaman.
(Del libro Paradojas de la mandíbula.)


Faltan los botones
I
Momento de la analogía poética, instante de visión solar, hora y reflexión contra el peso urbano del mundo; hora de evadir las maceteras en verde, entre quietud sospechosa y la tarde. El guardarropas acecha con turbulencia y ojo de cíclope; un frío de cartílago roto, un pabellón de sensación muerta; frío del dormitorio con método de lanzarnos a la cama para rebobinar los sueños en versión de servilleta blanca y labios untados con vino de premoniciones.
II
En posición de murciélago pende la camisa, camisa empecinada en ser símbolo del manso espantajo; símbolo posicionado en el diseño de la tela blanca, celeste juvenil, azul poético, verde y rayas acebradas... en el trópico. La camisa abre las mangas, se extiende a lo largo de nuestra pesquisa ocular; camina en el tiempo y tendedero sin medir la sombra que se desgaja líquida. Con ingratitud, la imitación aturde, incomoda, serviliza el trazo de la línea sencilla o maestra con que exigimos que a la camisa y al asombro les faltan la poesía de los botones y la pasión de verla con celebraciones internas de inusitada ostra.
(Del libro Paradojas de la mandíbula.)


Alcaraván delictivo
I
El alcaraván enfrenta su monólogo; su silencio que no hemos descifrado.
II
Nos deja racionalizar la carne; nos deja luz y tiniebla, y desasosiego con tamaño del pie y cada una de las calles.
III
Si no hay voz el alcaraván nos la roba; por eso nos sentimos ofendidos. Ese ambiguo pecado de perder la palabra en las coordenadas del olvido.
IV
Si no hay luz el alcaraván se la saca de los ojos, descifra mensajes por cada muerto que deambula.
V
Se visiona en ese rumor de cosas, sombras y resolanas; en ese misterio de labios que no besaron; en esa ciudad de profecías y deseos que no se cumplieron.
VI
El alcaraván delictivo nos previene, con reloj de fantasma abrasivo, y conjuros para no prohibir la memoria con paredes que no se miran, se autoculpan o caen sordas.
VII
Para marcar las horas el alcaraván acecha, alza la pata impura, construye relatos de lo que vive o muere, y lanza su proclama de custodia silenciosa, infalible, casi bruja, indescifrable pero viva.


(Del libro Paradojas de la mandíbula.)

Versión de paloma deshuesada en las fauces de un gato

I
Nos paraliza la versión de una paloma deshuesada en las fauces de un gato inhumano. Visiono colmillos; estridente y amenazador sello de la muerte sobre el horizonte de los intersticios, nubarrón y transparencia desacostumbrada. Tiembla una aldaba con los ecos, con marca absolutoria y gotero de sangre escurridiza; cruz y cementerio profanados por la poca fe o abismo del crucifijo boquiabierto.
II
Esta es la versión de una paloma deshuesada por las fauces nocturnas. El atrio carnal abre la paradoja de la mandíbula, y corta el paisaje con aliento de músculo felino; más allá de lo que argumentamos adorable; o imbuidos en la imaginación, con chispazo o penumbra que enciende el apetito animal y arcilla del caos.
III
Esta es la historia que no asciende con vertebrado daguerrotipo, la galería y memoria aleatoria, como tampoco huella, paso, o los orígenes del abismo; con la versión del gato, paloma y sombra escurridiza, noche del juglar en el ojo, techumbre y fantasmas, o distancia predecible del alquimista, o retórica del poeta inconfeso.
IV
Anti-paradoja:
El gato y la paloma se aman por odio o sobrevivencia; trastocan, uno y el otro antónimo, su propio símbolo refractario: van al amor gatuno y emplumado, con celada de ala y colmillo abierto.
IV.1
A vista y paciencia ciega, la paloma decide cazar en la claridad de las urbes; a vista viva el gato oficia flotar sobre la tiniebla.
IV.2
Ambos hurgan el sueño, se complementan o colisionan, son incoherentes; no dejan palabra sana; tampoco prisión del linotipo en las fronteras del insomnio.
IV.3
Inventan mar con saliva espumosa, con lágrima forzada a contracorriente del deseo. Uno se despoja de su pelambre y la otra maúlla con gorjeos: todos entendemos el juego: la tragedia a contrapelo del eco.
IV.4
Esta es la versión de una paloma deshuesada por las fauces de un gato poeta: juglar y tintero con la técnica del vuelo, anatomías aéreas con variante milenaria del plumón y aterrizajes. Cruzan velas, puertos nuevos, cruzan matorrales del alba, grutas viscerales en las paredes; cruzan la huerta azul del espíritu y aceitunos cabizbajos, malinche afiebrado, tapiales; cruzan salas con fermento pútrido, estupor de las quimeras, caldos desechados cruzan: ambos tienen su propia travesía y no la confiesan, se la guardan para la última batalla.
V
Anti-moraleja:
Siendo siameses del plumífero y vertebrado nocturno con garra y rabo desplumado, no actúan como insomnes pedagogos, no ofician concordia a medias, no esconden aldeas despobladas ni asta frontal de la palabra, o préstamo del gen primitivo, ni cromosoma de la virtud o alma;
V.1
no especulan con el engranaje ni la ecuación inasible; tampoco imbricados íconos para la paz del caos y el solitario.
V.2
Esta es la versión de una paloma deshuesada por las fauces de quien mete el hilo por la aguja, y en el otro extremo de la historia encuentra ciudades con ave fénix afiebrados y gatos metidos a poetas, que sacrifican sus siete vidas cuando los atosiga la sepultura de su palabra.
(Del libro Paradojas de la mandíbula.)


Canción de amor que por olvido siempre se recuerda
El pasado
y su sombra andan conmigo:
la juntura de huesos abuelos,
con amistad hermética de genes,
o espléndida cuna del alba;
y abre calcinaciones la ventana
si me falta el aire
o recoge, con luz de oración y luna,
los pelos de los gatos
que lanza al cielo para que aúllen los demonios
y se pueble de rayos secretos el mundo del insomnio;
porque me empuja el miedo a ser otro,
la amenaza sufrida del alma
al no poder recordar
de qué naturaleza era la resurrección del recuerdo
por los arroyos de la memoria
con torrentes sufribles
que solo precipita el invierno;
y baja del cielo mi fe por el humo de los cocineros,
o incienso alegre de los padrenuestros,
con almohadas y sueños de viejos párvulos,
tras las multitudes del relámpago
que encendieron los candiles
para ver la plenitud de un cuerpo desnudo
a media noche
o la canción de amor que por olvido siempre se recuerda.
(Del libro publicado El humano oficio)


Paloma póstuma
A Juanita mi difunta esposa.

Abrí los ojos en la ribera sur del lago el día que iniciaste el viaje. Un aletear a ras de los cañales, un verde seco y humoso; un beso por la costa hasta Granada. Te vi alas, vi el deseo del sol. Conocí tu destino recorriendo huertas de mandarinas, vahos azules, gritos de amor con los clarineros en los laureles de la india; toqué la sombra de los bahareques, celebré fiestas de naranjas y marimbas en Masaya. El cielo y un rumor verde de laguna; volví al niño cazador, volví a ser el pez del silencio y la blanca sombra de las garzas. Quise imaginarte en el sueño de la gran culebra que salía crispada del deseo para anidarse en el agua. Mediodía en Managua, centro fugaz de tus ojos en ascensión con pecho redondo y rosado, y un lago para refrescar las alas. Vi júbilos descendiendo en las islas. Conocí el misterio salobre de una sirena, hermética en la eternidad, con espejo de mar en la espalda. Toqué las puntas de nuestros sueños y cerramos los ojos como palomo y paloma.
Febrero, 1995-2006
(Del libro La costumbre del reflejo.)



Franz Gálich en despedida y con llegada

I
¿La certeza de un ataúd será penumbra para honrar los ojos? ¿O reflejo vivo de lo que fuimos; eso que soñamos en conversaciones jubilosas y amigas, poema o apretón de manos que ataron sopor vespertino de Centroamérica?
II
La noche y su versión atávica, nuestros temores; dejar la voz hasta la nada; reír bajo palmeras y certificar que se vivió en Managua.
III
El Malecón poseído por la tragedia de Minos; coro y suburbio desconsolados; proscenio habitado por la nostalgia de conocer la vida para despedirse, y la mano o labio que susurra boleros, leer el alma con robusta pasión a corazón abierto en los vitrales.
IV
¿Y qué hacer con Franz Gálich que se nos ha muerto; que ha girado por encima de los ojos para interrogar con dioses mayas, correría urbana, semáforos y pirámides más altas que los búhos, o lectura del maíz con calendario de febrero?
V
¿Qué será la pasión, qué los amores prestados, qué esa novela enclavada en las urdimbres carnales, plumón escribano y su no callar, lo que exige luna excitada, discotecas, cantinas, o pechugazo de entraña sin evadir la madrugada?
VI
Ahí, en el espejo, una leyenda rinde culto a los quetzales; ahí, en la memoria Franz no disimula sus iras, resquemor ni dolores, ni dedo erguido entre el desbocado ejército de demonios acosándolo con azufre y colas, cada vez que suspiró albas para las puertas acechadas.
VII
Esto lo leímos, más de una vez, en la historia indócil de sus ojos y despedida con llegada por vocación de sus propias ánimas.
(Del libro Arquitecturas de la sospecha.)


Historia del mundo en una servilleta de bar capitalino

“No sé bien de qué hablo.
¿Quiénes son, rostros vagos nadando como en un agua pálida,
éstos aquí sentados, con nosotros vivientes?”
Jaime Gil de Biedma
I
No sé dónde anclaré con esta latente huida; dónde dejaré saludos de pegajosos ecos, emprendidos con presentimiento de que algo huele mal, terriblemente mal, como huracán que apaga la geografía mientras nos sumergimos en el hueso, para recordar caminatas que dejaron paisajes en el sótano de las soledades, con calles y copiosos gritos de carretones míticos, glorietas desvencijadas, o ladridos desflorándose en persecuciones similares a las de nosotros; y de pronto la mujer en el todo, fatuidad y el miedo:
II
no sé si preguntarán, de dónde este presentimiento y si podré precisar el caos reconstruido con palabras que amarran, sostienen, viven; nos llevan al caldo y origen, y todo en el todo para verificar la nada.
III
No sé si dejaré un nombre con el corazón y ventana de la computadora, o pretextos carnales para tocar la pelvis de una mujer jugosa, desnuda a lo largo de un final en la noche olvidada. Acaso ella, y no plural, no parte del caos, o célula erotica de la existencia.
IV
Entonces, ella seguirá __igual que la vida__ palpada para que besemos su pubis, y otros oficios propios de la lengua: esto con porción de felicidad o la madrugada.
V
No provocamos al demonio, pues somos algo más que deseos; no arriesgamos el falo con nombrarla, ni punzamos la carne con alfileres en los talones ni ritos del derviche, ni cuervos azufrados que picotean la carne. El mundo nos azota la mirada.
VI
Esto es vivir, esto es descifrar el enigma que defiende proféticas geometrías y el muslo. Una mujer es la ciudad que no conocemos cuando la hemos desandado o, por lo menos, acostumbrado. Es la llave, enigma, ver con menos vacuidad la duda.
VII
Y ya, en éxtasis, levantamos teorías del coito, o rebeldía válvica, con origen de la guerra y las cosas, mientras trituramos, con pretensión de náufrago, la orilla pública; el peso del caos en anfetaminas, desoladas celebraciones y suicidios;
VIII
entonces, mezquinos los recuerdos y anteponemos historias del mundo en una servilleta de bar capitalino, donde son cofradía las pasiones y nuestra memoria con cervezas, mariachis y lunas en las camas. ¿Y por qué ocurren tiempo y existencia de esta manera, al unísono, mujer, dolor, deseo, y esta aparente disolución de ideas? La servilleta, en este bar, todo lo desdice y relee como ucurre cuando sufrimos por la culpa de quien nos lee.
(Del libro Arquitecturas de la sospecha.)


La muerte no supo

Ya es lejano, pero contiguo, el recuerdo del amigo
Isabel Gaitán, conocido como “Chavelo”.
I
La muerte no supo del hijo que se hizo memoria,
II
paredón azul y cielo que vagaban sobre el sopor culpable;
III
procesión de miedos que te sepultó sin que lo supieran; fue y duplicó la fosa en los corazones hinchados por la chispa delirante de la vida;
IV
la muerte supo que te dispararon; muerte que ignoraba tus ideas para el ceremonial de los vivos.
V
Supongo rostro y carne que soportan la última luz de los ojos;
VI
Supongo cómo olvidar tu ausencia que se fue haciendo grande, íntimamente susurro, sombra viva en la noche de los emboscados, crepitantes, por ironía de morirse y marcar nombres en las paredes;
VII
supongo qué pensaban en su odio quienes te asesinaron;
VIII
supongo lo que no suponen quienes te han olvidado y no te nombran; tu epitafio se hizo polvo, viento, arena negra;
IX
algo extraño, historia inadvertida; pero viva en la consagración de la fosa y culto al hombre para los que te conocimos;
XI
y tiene razón Álvaro Mutis cuando dice: “La muerte se confundirá con tus sueños”.
(Del libro Arquitecturas de la sospecha.)



Teorema de la nostalgia

I
Para no arriesgar el espíritu y la nostalgia hay que meterles un poco más de nostalgia;
II
no podremos evadirla porque nadie vive sin ella.
III
Por esta razón, a más nostalgia más alegría de que seamos nostálgicos.
IV
Acaso la memoria existe sin el combustible de la nostalgia, si cuando la llamamos a cuentas nos deja felizmente por lo que éramos antes de que existiera el pre-universo de la cabanga.
(Del libro Arquitecturas de las sospecha.)


Sobresalto del rostro
“y aquel rostro que amábamos se esfuma
y en vano es ya la espera, nadie viene”
Eliseo Diego
I
Debía precisar el rostro, la iluminación de abismo entre el brazo y cintura; los ojos del poeta que con certeza tiemblan, crispan en ceguedad, premura y lengua con urbano incendio y el beso;
II
pero ese rostro me interroga, da el sobresalto deseado, siente la carne, encima al deseo con olor a entrepierna; y para hablar de lo amado procuro desatar un ojo, darle vuelta a la noche como flamenco excitado, palpar el límite y sangre en los cálidos rincones de la cama;
III
era verdad la intención de lo amado, lo creído y punto de la fe; era alcanzable el paraíso y la saliva;
IV
entonces amar es totalizar el temor, ir a más en la pasión con orfebrería del susurro; y de pronto lo ido, lo lejano, como fotografía de la sombra en tus ojos.
V
Y me quedé sin mundo y sin nombre, con una historia muda que no oculta la inocencia de mis dudas.
(Del libro Arquitecturas de la sospecha.)


Con un Dante en las entrañas
I
Algún día ascenderemos al cielo, a nuestra manera, si nos imaginamos una Ofelia, en estos tiempos modernos sin historia para el amor etéreo;
II
o simplemente descreemos de ella;
III
pero contra el corazón no se puede;
IV
la soledad y deseos desatan estrategias cuando sucumbimos a la osadía del silencio, o pretendemos felicidad en los teoremas del beso, con la duda de que existimos en la memoria del infierno y un Dante en las entrañas.
(Del libro Arquitecturas de la sospecha.)



Si asomamos a los espejos
I
Tu pelo únicamente existe cuando lo proclama la poesía;
II
tu felicidad no es real, un silencio de mano fría, un deseo de tocar el cielo.
III
Del poeta será tu voz, si te lo propones;
IV
tu ojo no temblará en el tragaluz de los vacíos;
V
como tampoco encontrará albas para poseer el amanecer donde un gruñido de gata marcará el barrio con los aromas del pubis,
VI
y entonces llegará la brisa que repite los maullidos cuando asomás a los espejos, felina, vivamente desnuda, y un celular con el acoso de tu marido.
(Del libro Arquitecturas de la sospecha.)


Senos más vivos que la nieve
I
Cuánto ganará de posesión esta mujer como de cal, arena, piedra blanca o mármol vivo;
II
cuánto sentirá de eternidad en el gesto de valetista sentada con brazo en ángulo de noventa grados, y punta de los dedos hundidos en el cráneo, íntimamente, en soliloquio, que traspasa el orden lineal del talle perfecto y fijo, en la imagen del cuerpo cubierto por lácteos misterios y rojo de cortina vertical sujetado por la penumbra que empuja la imagen de maja, sentada hasta la perplejidad de los ojos;
III
es la bailarina del deseo en posición inmóvil que seguirá en quien la admire, para concluir la danza del corazón de los que se han enamorado de esta materia inerte que se mueve tras las capas de la carne, y nos lleva a besar sus senos más vivos que la nieve.
(Del libro Arquitecturas de la sospecha.)


Presencia de Álvaro Urtecho
I
Ese algo, ese leve roce y espuma __diría el poeta__, sinuoso, salido del aire denso que habita la sombra, o no sé qué entre amenazante orificio de puerta jalada por la claridad hasta la calle que murmura en caravana; murmura en algarabía de juglar retozón y trópico, sin importar la muerte;
II
acaso héroe, escribano, oficio del epitafio, poeta predispuesto a denunciar su culpa, un espíritu y previsión para abofetear el tiempo y asombros, o ha impuesto aguilado rostro y aproximación a lo humano con sepulcro y palabras.
III
Ese algo en ciernes, __gozo, deseo, mi suspicacia, lobo fémur de ciudad demiurga, aseveraría otra vez el poeta__; en fin, sospechoso estremecimiento tallado con alma y piedra de provincia, historia y arquitectura irónica para aprobar los versos, su posición contra la nada… y titilante el universo.
IV
Será ultratumba prologada en espejo donde es vital que muriera la carne; algún amor que se hará leyenda; ni volverán cenizas de fogata con que se pretende olvidar difuntos.
V
Ese algo rasgó un halo siniestro o muy alegre en Rivas: guiño, susurro, vida del aeda que pretendí palpar vivo y lo encontré satisfecho de la vida, y por añadidura impagable muerto.
(Del libro Cornisas del asombro.)


Muertos
I
Cada graznido es asombro, amanecer; cada graznido deja epitafio para ataúdes; cada graznido es soledad que alimenta relojes; por eso el muerto prologa silencio en aldabas y los cementerios.
II
El muerto no acepta que sea cierto su sepelio; se debate juntando cenizas con paciencia de retratos; extraña sollozos y reflejo de su sala funeraria.
III
Esta presencia tocó la puerta invisible; penetra con flotación carnal y querencias con que yo acaricio retrateras. Así me explico la existencia de los muertos; y, de vez en cuando, cómo enhebran sin agujas los recuerdos.
(Del libro Cornisas de asombro.)


Notificación para que se diga que José Coronel Urtecho no ha muerto
I
Hay noticias que nos paralizan, construyen cornisas y asombro para que el aire honre la cofradía; misterio y muerte que azuza el soliloquio; ¿será feligresía que huele y puebla regiones amatorias? Entonces escuchamos sinfonías, tímpanos del pararrayos y susurros de ceniza en la ultratumba. Palpamos nuestro rezo íntimo, y el ojo del muerto atisba; mientras alimentamos la duda, o hilamos el silencio, porque la sed del aeda busca cómo salir a conjurar un tapial resucitado en los epígrafes del cementerio.
II
Todo es recuerdo, roce de ala y garzas, canción y canoa, protuberante monólogo con tortugas en reverbero. La mañana embiste mi deseo y desata la música ninfa que señala el camino invisible del reflejo: pero no sé si voy o vendré de los recuerdos, si mi labio petrificado lee poemas a conejos y coyotes que reinventan marrullas en alta corriente del graznido; o me levanta con boina y bastón en ceremonial, o cálido soneto sufrido en mayo.
III
Es apacible heraldo lo que no me entierra... cielo pardo y lluvia, Padre del cielo y abismos de algún poema; robustez del músculo contra la academia y solapa de dramaturgia en cada ventana. Aquí mi nariz hacia el rastro de vida y estribo lírico sobre el almizcle de ninfas donde con hisopo niño profano las costumbres.
IV
Voy con paso de puerto desmemoriado, desvoy en la claridad, tabaco de pipa, sombra lacustre y remo que palpita en la canoa; voy tras la trampa del corazón, sangre impávida y martirios que son memoria; entonces, un crepúsculo es la nada... Pienso en la comunión y mi infancia, mediterráneo lacustre en mandíbula del río, barca y Penélope tropical, o amor de selva en el sudario.
V
Mi mujer es Alemania y atisba el espíritu de San Juan de la Cruz, Poe, la Dickinson, Baudelaire y Whitman en pantaloneta y breñales, sobre la hierba con cardumen, anzuelo y misterio; o Azarías H. Pallais de buhardilla y sueño, campana medieval, sotana y pico de tucanes.
VI
He profanado las alquimias, a diestra y siniestra, con ilusión de tempestades; no escondo el esperpento ni el azul del paisaje ni oficiosa garganta de la historia ambigua. Siento viva la costumbre, llave y pecado de cielo, fiesta fragosa del poema, centauro sobre los aleros, insomnio del caimán, nocturno matutino en ala descarnada del mito, en pro de mi prólogo con verso desolado.
VII
Mi cantiga y misterio desandan amanecer hermético que sucumbe ante el poema; por eso braceo hacia el puerto de la vanguardia con nostalgia y geografía, oficio público, juglar y filigrana. Así voy, y vuelvo por el agua o crepúsculo de vendimia y eternidad de las chicharras.
VIII
Algún día, sin pregón, se hablará de antologías socarronas, verso en epitafio fino y astucia con santidad de alquimia, o de quien habla como de una mano.
(Del libro Cornisas del asombro.)


Alberti en mi sueño
I
Risa y abrazo mediterráneo, tejido con golondrinajes y balcones. Desperté porque había olor calcáreo y me posicioné del mar; de islotes que abandonaron la sal viva.
II
Fue mi carcajada vela y playa; fue oficio y plenitud con arboledas de canas atigradas; fue oleaje, altamar y rescoldo azul sollozante en el verano.
III
Toqué la tierra hortelana con mi pasión y náufragos desesperados --esbozado el apenas y risa durante la mañana--. Fue hondo golpe de remo en los litorales de la sangre y, únicamente, sentí prisa por quedarme vivo con arrecifes y metáforas urbanas: fue una mano mi mundo, tallada por orfebres del sueño y vihuelas matinales.
IV
Para entonces un caldo de dolor en pleamar, muelles mágicos y urdimbres del poema.
V
Revivió el poeta para consumar mi sed, encima del túmulo gutural de la ola, cielo rojo, y la ira de las penas, o esos pezones de nuestras leyendas cotidianas.
(Del libro Cornisas del asombro.)


Ruiseñor

I
Al poeta nunca lo soñó el ruiseñor con ventana de espíritus y bociferados leones en el cemento o piedra de la palabra;
II
lo soñó con ala acústica pregonada, en otro tiempo, desde Torre la Merced o León colonial y vanguardias en casonas, rebeldía o agua de costumbres que nos insinuaron la nada en Nicaragua.
III
El pájaro aeda chocó contra cielo y destellos; reescribió memorias y embetunó insomnios con reflejo y nube engrasada al pasar por la nostalgia.
IV
Así tronaba su tambor con misterios carnales, cal y piedra urbana: la ilusión del desatino, alta y metafísica elocuencia la caricia del poema.
V
La fe del mundo fue delirio, acompañado con peregrinación y Rubén Darío en ciernes.
VI
Estela y caos nuestro insomnio; oráculo y excreción de alondras, y poseyó aire con séquito de pléyades; fue esternón la celda del misterio, aérea locura e ingenio, y espíritu indómito en Alfonso Cortés, el asombrado, con alquimia del ser, poética y cuatro paredes.
(Del libro Cornisas del asombro.)


Hijos de la palabra
I
Mejía Sánchez, asombrado poeta, de altiplanos y terrazas, miraba "un tigre" en los ojos; por eso abrió zarpas al hundirlas contra su propia memoria.
II
Animal, rareza y metáfora, acostumbrado a perseguir o ser perseguido donde se pierde la medida y nuestro miedo.
III
Descubrir nuestro felino es el oficio; ojo que enceguece la vida, o hiere con tajo de navajas cuando nos vence la muerte sin acabar el poema.
IV
Ojos para qué los quiero: !Tigres!
V
(Doy pecho a la cacería, siendo atrapado, al dudar si la noche es el día o lo que me permite hablar de zarpas en la vida.)
VI
Misterio y alma, rayas que evocan a los padres: hijos de la palabra salen palabra, al descubrir abismos que intrigan o ascienden desde la nada.
VII
Aquí estamos, don Ernesto Mejía Sánchez, reuniendo silencios o reagrupando la patria insondable, lengua que continúa libre en el caldo de nuestro caos.
(Del libro Cornisas del asombro.)


Olvido
I
Mis días felices fueron una inesperada visita.
II
El amor pasó inefable con algo de olvido.
III
Aparecen los recuerdos con su ligero poder que nos hace temblar como pelusa de hongo en el cruce de los vientos.
IV
El dolor, entonces, parecía un fornido cazador que prolonga la vigilia con la pasmosa certeza de que el castor ha de dejar grabadas, en los troncos flotantes de los ríos, antes de morir, las huellas de sus dientes.
(Del libro Cornisas del asombro.)




Biografía con laguna
I
Mi espíritu y el sol desataron los abismos; mostraron lamento de ahogados, vedación del rostro y un alma... y con ojo de pez aprendí a releer las resolanas. Me bauticé entre piedras y lavanderas, entre brujerías que rompían sábanas, hilo del agua y viento sobre el cráter calcinado.
II
Despertaron la serpiente y su amor para devorarme. Palpé extasiadas lavanderas: su creencia de ceniza, el sontol entre anillo de la muerte y eternidades. Conocieron mi destino mientras me bautizaban con alcaravanes. Fueron oficio, un pez y agallas; zambullidas poéticas y el agua; así amamantaron mi silencio... así amenazaron con el gavilán, un poema y las olas verdes petrificadas.
III
Los güises de la soledad; llegó el clarinero con su pluma de canto negro; llegó el pescador con hambre de peces y misterio.
IV
Mi recuerdo prologó las sombras, las apelmazó con paso de indias núbiles. Así empecé a desatar mi pasión por el agua deshilada; por la edad volcánica del misterio, una voz aborigen; la perfección del deseo se hizo balsa cuando la poesía entraba y salía del reflejo como una atarraya.
(Del libro Cornisas del asombro.)

1 comentario:

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