Nadie me niegue vivir
A Melissa Solórzano
Nadie me niegue vivir estas horas
de aliento y ánimo
¿las últimas que me quedan?
Escucho en la penumbra una voz
que me llama
y acudo incierto a su encuentro.
Es el susurro del ángel en la penumbra
y ato mi cuerpo a su costado
albo alado,
dejándome llevar por el aire.
Nadie me niegue nunca
qué debí hacer conmigo,
qué debí ser contigo.
Me debato en mis horas de espera
y encuentro en tu llegada paz,
sosiego, reposo.
El reposo del amante que espera.
Nadie me niegue vivir
este momento único
de saberte clavada a mi costado
vibrando junto a mi pecho
jadeante, con el boqueo del pez
fuera del mar.
Nadie me niegue de ti tus horas
tus llegadas tardes y puntuales
mi larga espera que se funde con el sol
crepuscular hasta que se cierne
la penumbra, la noche.
Entonces somos únicos, irrenunciables,
irrepetibles, hundidos en lo profundo
de este último rincón del paraíso.
Carbones encendidos son tus labios
Impurezas borraron de su cuerpo
con un carbón encendido,
purificaron sus labios (Isaías 6, 29)
Pronunció el nombre Innombrable
delante de la presencia del horror
que pudo matarlo.
Yo quise limpiar las impurezas de mi cuerpo,
purificar mis labios con tus labios,
con tu boca como carbones encendidos.
Y pronuncié tu nombre
pero no hubo horror a lo innombrable.
Recuerdo la lluvia, las nubes oscuras.
Estuvimos solos esa última tarde
de cielo gris con vientos de la meseta
y te marchaste por la calle de la parroquia
hacia el sur, al encuentro con tu propio destino.
¿Pude morir ante el horror de lo innombrable?
Y ahora, este desasosiego
me agobia y me domina.
Para Melissa
Yo me paseé por
por los andenes del parque El Retiro
y tuve frío, no hambre.
De paso hacia Venecia miré Siena, la Basílica
de Florencia, y vi pasar las góndolas,
la pequeña isla del cementerio enfrente.
Y me fui a las Islas, a Murano.
Dentro de los cristales las aguas
verdosas del Adriático.
Miré a las muchachas de tez blanca
como bandadas de palomas en
Maravillado de cuanto vi y toqué, regresé.
Nunca imaginé que años después,
una noche inesperada,
vendría a encontrarte,
sola
Último rincón del paraíso
La ciudad en penumbra.
Temprano por la tarde, el bar bullía atestado.
Y partimos a las afueras
para aislarnos de miradas inquisidoras.
Querían vigilar nuestros pasos,
y nos han seguido hasta el último rincón del paraíso.
Viniste cadenciosa a quedarte dentro de mí.
Abrías una puerta y la cerrabas,
el pasillo a oscuras y el fondo perdido en la sombra.
Estoy hablando de tus labios.
Para que toda palabra se mutara en marca,
en signo de tu propio misterio, indescifrable,
y el cursar de las horas en una agonía sorda
en el cuarto.
No eras tú si no tu sombra,
un perfil, trazos borrosos,
tu rostro en el silencio nocturno,
en la penumbra rosada del alba.
Y fiel a tu esencia femenina despertaste del sueño.
Un sueño que te guarda,
te protege como el seno de una madre.
Supuse tus temores en la mirada lánguida
y adormecida, indecisa, fuiste entrando en otro sueño,
y desde el fondo de tu cuerpo te llamé,
dije tu nombre,
y no supe si otra tarde cualquiera volverías.
Íngrimos dos jóvenes
Dos jóvenes íngrimos
sentados en la grada del portal de su casa.
La resolana de la tarde ciega
la calle solitaria.
Ensimismados, nadie existe,
a nadie atañe este su estarse quietos,
abandonados a su propio quehacer.
Ni extraño es que se busquen estando juntos.
Comparten pan dulce y bebidas frías
unos besos furtivos y caricias.
Imaginan su mundo desgreñado,
amándose.
Limpios y arrogantes se olvidan por un momento
de todo.
¿Acaso algún amor fue mejor
que el de estos dos muchachos,
incomprendidos tal vez por el desacierto
de sus mezquindades, sus traviesas
maneras de no haber querido ser
sino sólo él y ella,
a su propio despecho y de los demás
que los rodean?
Inexistentes para el mundo de esta tarde,
existen y están
aunque parezcan estáticos
sentados a la sombra de la casa,
huyen, escapan de la mirada y la sentencia
que no repara sino en sus devaneos,
en su amor juvenil, irresponsable
incierto.
Apartados de la gente y por el mundo
olvidados. Inevitablemente
repicarán las campanas de la parroquia
obligándolos a un retorno imperecedero.
Fusilamiento
Niños desertores
acusados de traición
frente al pelotón de fusilamiento.
Han llamado a sus padres, a sus hermanas
y hermanos
a la ciudad entera.
El lugar fue el Parque,
de espaldas a los jóvenes
las bancas blancas de concreto
debajo de la fronda oscura de los altos árboles.
La detonación las descargas el grito
de dolor y el alarido de las madres
el estupor.
No hubo noticia en los periódicos.
Quedó el repudio.
El Ejército dejó los cadáveres tendidos en la intemperie
para ejemplo y escarmiento.
Días después sus familias los enterraron.
Esto ocurrió en Bluefields
en el año de 1986.
Managua
¡Ay, Managua! Mi pobre ciudad
desordenada y sucia
acosada por el lago pútrido
por el callejón de
sin centro urbano y sin forma
arquitectónica.
Mi vieja ciudad demolida por un terremoto.
Tus sueños de grandeza,
sueños fueron, pasado que
no cesa de caer sobre los tejados de zinc
bajo un crepúsculo azafranado,
la crestería solar hundiéndose en el horizonte,
y tus calles trepidantes con el tráfago
a la salida del trabajo
buscando las afueras.
Managua, nada me has dado.
Nada te debo.
Y pese a mi queja de dolor y abandono
siempre serás mi pequeña ciudad
a donde mis sueños vuelven.
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